sábado, 21 de noviembre de 2015

El toro bravo como activo turístico / por Álvaro R. del Moral

Este toro enamorado de....Véjer de la Frontera (Cádiz)

Bull Watch es una empresa joven, domiciliada en Sevilla, que está tratando de canalizar ese interés creciente por el toro en su entorno natural. 
Las ganaderías de lidia ganan cada vez más terreno como polo de atracción de visitas
El toro bravo como activo turístico

El toro interesa: a pesar del acoso antitaurino, de la inflada marea abolicionista y hasta de la indiferencia –cuando no manifiesta beligerancia– de la mayor parte de la clase política. Y el toro, más allá de su lidia en la plaza, se está convirtiendo poco a poco en un gran activo turístico que suma cultura, tradición, ecología y hasta una particular manera de ver la vida. No hace falta recordar que el Museo Taurino de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla es, con mucho, uno de los más visitados de la ciudad. Tampoco está de más poner encima de la mesa que el toro y el toreo se ha convertido en una nueva y pujante forma de ocio de fin de semana de la mano de iniciativas como los clubs de aficionados prácticos, con los cursos pioneros comandados por el diestro Eduardo Dávila Miura a la cabeza.


Pero nos interesa el animal en estado puro; en su hábitat natural; entendido como pieza maestra de la dehesa... Iniciativas como Territorio Toro, impulsadas por la Diputación de Sevilla, han servido para subrayar el potencial turístico de este singular planeta sin el que no se puede entender la idiosincrasia de la Baja Andalucía, especialmente en las provincias de Huelva, Sevilla y Cádiz. Siguiendo esa estela se han ido sumando otras experiencias empresariales destinadas a reforzar el papel del ganado de casta como polo de atracción y fuente de riqueza más allá de su destino a ser lidiados en la plaza, que tampoco se puede obviar como fin último de su crianza y justificación fundamental de la existencia de su hábitat.


Bull Watch es una empresa joven, domiciliada en Sevilla, que está tratando de canalizar ese interés creciente por el toro en su entorno natural. Su creador y director, José María Ramos, es un hombre vinculado al toro, al que llegó en su infancia a través del encierro y los festejos populares. Ramos se define como un «apasionado» del ganado bravo que ha vivido en todas sus vertientes, primero desde la perspectiva de mero aficionado y ahora como un profesional dedicado a la difusión y promoción de las ganaderías de lidia.

La apuesta de su empresa pasa por abrir una puerta a la auténtica realidad de las vacadas de casta, alejada de otras propuestas –absolutamente válidas– que virtualizan la crianza del ganado. «No queremos montar ningún espectáculo ni contratar venenciadores o cuadros flamencos», señala José María, afirmando que «el toro interesa y genera una demanda». Este particular gestor turístico precisa que su trabajo es complementario al del ganadero: «ellos se limitan a abrir las puertas de su casa y a acompañar a la gente». En esa línea, algo tan básico como dar de comer a las reses desde la trasera de un remolque se convierte en una experiencia única para el cliente. «La gente participa de la realidad y del manejo cotidiano del ganado, no de un espectáculo más o menos vistoso» recalca José María.


La clientela es diversa. Franceses, peruanos, hasta suizos... todos se van sabiendo mucho más de lo que sabían y, sobre todo, pulverizan muchos prejuicios y estereotipos después de comprobar como nacen, viven y se perpetúan las reses bravas en su cuna. En ese sentido, sentencia el director de Bull Watch, «lo primero que hay que explicarles es que se trata de una raza autóctona, única, y que no tiene nada que ver con una vaca lechera o una raza de carne». En esa línea, apunta José María, «hay que hacerles comprender lo que supone la presencia del toro en unos parajes que, de otra forma, se convertirían en campos de golf, un hotel o un cultivo de arroz».


El director de Bull Watch aporta otro dato fundamental dentro del panorama abolicionista que rodea la fiesta. Es el acercamiento de personas ya no indiferentes, sino contrarias a la actividad taurina. «Recibimos a dos mujeres antitaurinas; una era canaria y otra peruana», recuerda Ramos precisando que la imagen que tenían de la Tauromaquia era única y exclusivamente «de la plaza y el torero». «Llegaron tensas y se fueron con una sonrisa», explica el director de Bull Watch precisando que pudieron ver que «las madres de los toros que van a la plaza viven quince o veinte años y mejor que lo puede hacer cualquier animal». De la misma forma, señala, «comprendieron que el porcentaje del ruedo y el torero era mínimo para el toro». Pero hubo algo definitivo que acabó de inclinar la balanza. «A una de ellas la llevamos a una ganadería intensiva después de contemplar el toro en el campo. Al final sólo podía darnos la razón».


Impresionante imagen de una ganadería de lidia a los pies de la localidad de Vejer de la Frontera. / J.M. Ramos


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